La historia del cine es en buena medida la historia del cine americano, ya que ellos han marcado (no del todo y no siempre, por supuesto, pero sí en buena medida) los arquetipos asociados al séptimo arte. Todos sabemos qué es un musical, un drama o una comedia, y también todos sabemos qué se entiende por una película de vaqueros, de espías, de amor, de vampiros o de juicios.
Es típico de las películas americanas de juicios que el fiscal de turno o el abogado defensor intente encontrar una prueba que dañe la credibilidad de ese testigo que pone en peligro el éxito de su misión. Y no estamos hablando de demostrar si es o no culpable, o de encontrar esas pruebas que incriminen a esa persona o que la pongan en relación con la escena del crimen. Nada de eso. Se trata de demostrar que un sujeto no es de fiar porque de niño robó en el supermercado o engañó a su mujer con un travesti en la autopista o no delató al compañero de trabajo cuando fingió una enfermedad para poder ir al concierto de los Rolling Stones. ¿Qué tenía eso que ver con lo que se juzgaba? Nada. Pero pone en duda la mayor: su discurso no es creíble porque ya ha mentido antes. Por poner un ejemplo reciente y nada cinematográfico (aún), en esta tesitura estarían los abogados del señor Strauss Kahn. Al parecer, estos señores pretenden ganar este juicio, cuyos costes van a rondar los cuatro millones de euros, consiguiendo la no culpabilidad de su cliente gracias a que van a poder demostrar que la demandante no es de fiar y que su palabra no puede ser tomada en cuenta.
A esto en mi pueblo se le llama tomar la parte por el todo, querer negar el conjunto en base a la demostración de un argumento que nada tiene que ver con lo que se está valorando. Y algo así pretenden hacer, desde ciertos sectores mediáticos y políticos con el ya molesto movimiento del 15-M: asociar la violencia de unos pocos a la totalidad del movimiento de los "indignados".
Un grupo tan numeroso que además pretende ser abierto y asambleario es muy difícil de controlar, esa es su mayor virtud y su talón de Aquiles. La ausencia de jerarquía (que no de estructura, ojo) es, junto a su negativa a sustituir a los partidos políticos (que cada cual haga lo que le corresponde) la propuesta más innovadora y esperanzadora de su sistema organizativo. Pero mantener eso es muy complicado, incluso contando con los apoyos técnicos de las nuevas tecnologías. Porque ni siquiera están todos en el mismo sitio, cada ciudad se mueve según criterios propios, sin consignas ni compromisos externos.
Por supuesto que entre tanta gente hay descerebrados. Y policías, y violentos. Seguro que habrá gente que pretenda el fracaso o que no se conforme con lo conseguido y quiera asaltar los cuarteles de invierno de la clase política. Pero en toda campana de gauss hay que llevar cuidado con los extremos: están y llaman mucho la atención, pero ni son la totalidad ni la mayoría ni lo más relevante.