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INDIGNACIÓN 2.0

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"No se puede hacer nada". Esta es la consigna que ha ido filtrándose, como lluvia fina en barbecho, en este prado yermo que ha sido la sociedad española en el último año, desde que el gobierno de Zapatero decidió quitarse completamente la careta y apostó por cambiar las reglas del juego para que el juego no cambie. En Grecia, Reino Unido, Francia y otros muchos países de nuestro entorno la gente salía a la calle, y aquí no pasaba nada. En Túnez, Egipto, Libia, Siria, etc., la ciudadanía se la jugaba delante de perros de presa armados hasta los dientes y aquí seguía sin pasar nada. Llegamos a pensar que la calle era el espacio natural de la derecha más reaccionaria, de la iglesia más trasnochada, de las teorías de la conspiración más disparatadas.

Y fíjate tú que por fin, cuando parecía que el "no se puede hacer nada" había venido para quedarse y ese descontento que se sentía en la calle pero que, como la vergüenza inconfesable de las familias atormentadas de los dramas lorquianos, no llegaba a aflorar del todo, brota imparable, a borbotones, sin control y sin controladores.

El movimiento denominado del 15-M llega tarde, pero llega como tiene que llegar: con rabia, con indignación (bendito Hessel), con la determinación de quien no tiene nada que perder. Y llega bajo los nuevos formatos de convocatoria (tipo Anonymous), sin liderazgos ni estructura política al uso, con la intención de poner patas arriba un sistema acomodado en la "Única Vía", la que determinan los sacrosantos mercados.

Y los que corrieron delante de los grises para reclamar democracia en los tiempos de Franco, los que se manifestaron contra la OTAN cuando gobernaba Adolfo Suárez, los que se proclamaron insumisos al ejército en la época dorada de Felipe González, miran de reojo a estos jovenzuelos malcriados y consentidos y les dicen: "venid aquí, monines, que yo os voy a explicar qué es la democracia", justo antes de mandarles a la policía y a los antidisturbios para desalojar el campamento de la Puerta del Sol en Madrid.

Sí, efectivamente, estos jóvenes quieren un trabajo, también quieren una vivienda, quieren poder divertirse, viajar, soñar con un futuro; quieren en definitiva lo que les hemos prometido que tendrían desde que no levantaban ni un palmo del suelo. Eso no es nuevo, eso ya lo decían antes y se hizo clamor desde que el paro juvenil superó el 40%. Lo nuevo, lo verdaderamente intrigante (y emocionante), es que han llegado a la conclusión de que para conseguir eso deben liberarse (y librarse, por supuesto) de lo que actualmente se denomina "clase política". ¿Cómo podéis decir que les entendéis, políticos del tres al cuarto, cuando lo que están pidiendo es precisamente que os vayáis a casa y les dejéis (nos dejéis) en paz?  ¿Cómo os atrevéis a decir que la solución es precisamente hacer lo que han hecho hasta ahora y no ha servido de nada? ¿Cómo tenéis la poca vergüenza de pedirles el voto?

Quizá algo está cambiando. Puede que, casi sin darse cuenta, esos jóvenes que acampan en Sol estén abriendo una grieta en la pared del stabishment y empiece a entrar luz, tal vez no sea tan descabellado pensar en una democracia de las personas, participativa y abierta, en una política que marque criterio y vaya más allá de la mera gestión administrativa dictada por bancos y multinacionales.

EL LÍDER DE LA MANADA

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La historia que rodea a la muerte de Bin Laden se parece más a una película de Chuck Norris que a un ejercicio real de justicia. Las mentes calenturientas como la mía tienden a pensar que en los oscuros laberintos del poder se gestan actuaciones que harían sonrojar al mismísimo Maquiavelo,así que no me resulta difícil imaginar al presidente Obama calculando junto a sus asesores las consecuencias prácticas de cada una de las posibles intervenciones para capturar/detener/neutralizar/eliminar al enemigo público número uno. Lo imagino sentado en torno a una gran mesa valorando lo único realmente importante para cualquier político de un país democrático: la manera de obtener el mayor rédito electoral.

Durante diez años se han esforzado mucho en conseguir que creyéramos que la lucha contra el terrorismo de Al Qaeda era una lucha del mundo libre contra el fanatismo destructor de los islamistas radicales. Diez años en los que hemos tragado con ruedas de molino acciones que bordeaban, cuando no directamente rompían el derecho internacional (Irak, sin ir más lejos). Un lustro pensando que a veces hay que ser más pragmáticos y menos idealistas y que el fin justifica algunos medios. Y ahora, cuando llega el momento de dar caza al inspirador de todo un movimiento terrorista que lleva en jaque a las inteligencias de medio mundo, ahora resulta que Estados Unidos actúa sin testigos, mientras que al resto de aliados no les queda otra que felicitarse por algo de lo que no tenían ni idea.

Los analistas coinciden al afirmar que Bin Laden ya no era el que fue, que se trataba de un símbolo con pies de barro, que incluso la opinión pública de los países mayoritariamente islámicos empezaban a dudar de una estrategia que causaba más bajas entre aquellos que pretendía defender que entre los opresores infieles. Por otro lado, estamos asistiendo a un escenario inaudito en el que la juventud de aquellos países empieza a darse cuenta que se puede tener esperanza de una vida mejor lejos de fanatismos religiosos, y empiezan a verse verdaderamente capaces de hacer temblar las viejas estructuras de poder de países como Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Siria, Palestina... ¿Seguro que devolver a Al Qaeda a las portadas de los periódicos es una buna estrategia para la paz? Hemos encumbrado un mártir, se ha abierto la caja de Pandora de la violencia, justificada, ahora ya sin ningún atisbo de duda, en la venganza. En vez de dar un ejemplo de justicia hemos dado aire a quienes basan su razón de ser en el odio a un Occidente que siempre se mira el ombligo.

Da igual que el señor Bin Laden opusiera resistencia o se entregara mansamente a las fuerzas de élite norteamericanas. Da igual si recibió el tiro fatal tras una dura lucha o si lo ejecutaron sumariamente. El éxito de la operación se medirá tras observar la variación en el nivel de popularidad de nuestro otrora admirado presidente Obama, ése es el único tribunal soberano. Y ahí el mundo no pinta nada en absoluto. Es lo que tiene ser el líder de la manada.

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