Tengo que hacer obras en casa. Ya cuando compramos la vivienda nos dijeron que el tejado estaba en malas condiciones, que podría resistir unos años pero que más pronto que tarde nos daría problemas. Gastar entonces en algo que podía esperar nos parecía un sinsentido, así que optamos por posponerlo. Pasaron algunos años y la cubierta empezó a quejarse con filtraciones y goteras, que en principio no suponían nada serio pero que confirmaban en parte aquellos negros presagios. Pero entonces tampoco era buen momento: con dos niños pequeños y una hipoteca no tan pequeña, endeudarnos más suponía un importante extravío; también daba mucha pereza enfrentar la decisión de vaciar la casa y marcharnos a vivir a no se sabe muy bien dónde, ya que ni nosotros ni nuestras pertenencias podían permanecer allí mientras duraran las obras. Pensamos, con la seguridad qeu da el pensamiento mágico de los niños y los incoscientes, que más adelante sería más sencillo.
Y pasaron otros cuantos años, y los crujidos empezaron a ser peligrosos incluso para la propia estructura. La decisión no podía retrasarse más, había que liarse la manta a la cabeza y sacar dinero de donde fuera para iniciar las tan temidas obras, aún con el convencimiento de que se trataba sin duda del peor momento. Claro que siempre pensamos que no es un buen momento para hacer este tipo de cosas, pero ahora es el peor de los peores momentos. Es malo porque la situación económica es la que es, y a los gastos considerables de la obra (y de todas esas cosillas que van saliendo) hay que sumarles los del alquiler que tenemos que pagar porque no nos parece de recibo plantarnos durante cuatro meses en casa de familiares o amigos (aunque afortunadamente ofertas no nos han faltado). Es malo porque hay que ver la cantidad de cosas que acumula uno con el paso de los años, y lo que cuesta desmontar, empaquetar, colocar... y buscar un sitio donde meter tanto trasto. Ahora más que nunca comprendo al amigo que dice que él nunca se separaría, fundamentalmente porque sería incapaz de soportar otra mudanza. Es malo porque en estos tiempos intentar acceder a una subvención miserable supone un gasto considerable en tiempo y dinero, ya que hay que presentar proyecto, rellenar mil y un formularios, acudir (tantas veces como considere necesario el funcionario de turno) a donde Cristo perdió el gorro para entregarlos... y esperar, esperar la respuesta que nunca llega y que hace que unas obras programadas para mayo no se hayan iniciado a mediados de julio.
Supongo que algo así debió sentir Zapatero-Otilio cuando Solbes, o cualquier otro que viera venir la que nos iba a caer encima, le dijo: "el tejado de España empieza a tener goteras..."