Terremoto, tsunami, alarma nuclear. Japón, la tercera potencia económica mundial, es sin duda el país mejor preparado para enfrentar la situación: sus construcciones son estructuralmente mejores que las del resto, tiene recursos y tecnología para afrontar una crisis extrema, y la voluntad y el compromiso de sus habitantes para sacrificar sus intereses personales en pos del bien común está más que demostrada. Si hay algún país en el mundo capaz de salir adelante en estas circunstancias, es el nipón.
Pero parece que eso no es suficiente, al menos para los mercados. Minutos después de la catástrofe, las empresas aseguradoras sufrieron el primer batacazo y sus cotizaciones en bolsa se desplomaron ante la lluvia de indemnizaciones que estaba por venir. A medida que la situación empeoraba, las empresas japonesas seguían la misma suerte, constatándose en la semana posterior al seísmo descensos del índice Nikkei en torno al 10%.
Y eso que Japón es miembro destacado del "Club", paradigma del consumismo y uno de los buques insignia del capitalismo más exitoso. Pero los mercados no saben de amistades ni camaraderías, no cuando hay negocio. Los mercados no se preguntan si está en su mano ayudar a un socio en apuros; ni siquiera se plantean la rentabilidad a largo plazo. Lo único que les interesa saber es cuáles son las expectativas para invertir en la dirección más provechosa para sus intereses. Acudieron como carroñeros que siguen a un animal herido, esperando el momento oportuno para sacar tajada. Sólo la intervención del G7 y las inyecciones de capital del propio gobierno japonés han frenado, de momento, la caída libre de una economía, y con ella la de todo un país. Pero si por desgracia hubiese otro tropiezo, en forma de réplica o catástrofe nuclear o falta de liquidez o lo que fuera, si Japón sufre una recaída en su delicado estado de salud, de nuevo los mercados sacarán a subasta (no pública, sino reducida a su selecta clientela), los restos del naufragio. Y a otra cosa, que no es nada personal.
Y lo peor de todo es que a nadie le sorprende. Vivimos con absoluta normalidad que al menor síntoma de debilidad, las fauces de las hienas saliven ante el anuncio del inminente festín. Los mercados no arriman el hombro, se limitan a seguir el olor de la sangre; no aportan, sólo especulan. Hay quien está haciendo negocio, una vez más, con el sufrimiento y el dolor ajeno, inmisericorde ante la suplica de aquél que, tanto si es miembro honorario del "Club" como si no es más que el que limpia los retretes a cambio de unas monedas, implora un poco de solidaridad.
Japón saldrá adelante, eso espero, porque tiene un pueblo capaz y disciplinado, y al igual que hizo tras la Segunda Guerra Mundial, volverá a levantar cabeza. Pero de lo que no me cabe la menor duda es que en ese proceso, plagado de angustia y sacrificio, los especuladores sacarán tajada. Otra vez.
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